No vamos a tratar de aquella célebre película de 1967 protagonizada por Sidney Poitier, entrañable actor de origen bahameño y diplomático estadounidense que en 1964 ganó el Oscar al Mejor Actor por Los lirios del valle y que —casi cuarenta años después— recibió el Óscar Honorífico por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas en Hollywood. Aunque estos méritos sean reseñables, el más destacado legado fue su influencia en la "batalla cultural" que requirió la igualdad de derechos entre ciudadanos de todas las razas que hubo de librarse en USA mucho más que en Hispanoamérica, donde el "Derecho de Indias" de la Reina Isabel de Castilla había colocado, siglos antes, los fundamentos de los derechos de todos por la sencilla razón —al parecer "no obvia"— de ser personas humanas.
Desafortunadamente, no vamos a hablar de películas, ni tampoco de lirios, sino de la cruda realidad sociopolítica en la que nos encontramos, que ha provocado el más legítimo de los hartazgos entre los ciudadanos de "a pie", es decir, casi todos. Este hartazgo no es sólo legítimo, sino una noble y responsable respuesta: quizá, la única respuesta posible para cambiar el rumbo de nuestra historia.
Hace unos días se comunicaba, a todos los medios y a los corresponsales extranjeros, la constitución de una "Plataforma por la España Constitucional", que partía del centenar de entidades cívicas aglutinadas en la concentraciones del 2023 y 2024, en Cibeles (21E, 28N y 9M), que comenzaba exactamente así: "España se enfrenta a una situación crítica: cada vez resulta más evidente que el Partido socialista ha abandonado la defensa del sistema político e institucional nacido de la Transición y ha iniciado un subrepticio proceso deconstituyente, uniendo sus fuerzas con los grupos hostiles a la democracia liberal y con quienes abiertamente defienden la desmembración de nuestro país, incluidos los herederos del terrorismo de ETA".
Millones de españoles nos hemos manifestado en contra de estos pactos de Sánchez con "lo peor de cada casa", que ha congregado en torno a su persona a una mayoría parlamentaria que en modo alguno representa la mayoría social de España, que abomina de los réditos del terrorismo y de los independentismos mendaces. Ésos que reclaman un derecho a la independencia cuando nunca fueron colonizados, ni subrogados y que han hecho de la Historia una gran mentira para el adoctrinamiento y la manipulación de ciudadanos asustados, que han dejado de serlo: indudablemente, nada esclaviza más que replegarse al miedo y a la mentira.
Esa obstinación del todavía presidente de España, esa voluntaria ceguera y tozuda negativa a escuchar a la gente (¡a su gente!) le hunde cada día más en las arenas movedizas de sus constantes contradicciones. Diderot decía que "la insensibilidad hace… monstruos". La influencia de Denis Diderot en la Ilustración es indiscutible, no en vano fue el editor general de la Enciclopedia conocida como "La Biblia de la Ilustración", pero probablemente nada sepa Pedro Sánchez de las genuinas raíces de la democracia liberal —grecorromanas, judeocristianas e ilustradas—. Lamentablemente, a los hechos me remito.
Pero continuemos con el comunicado de la nueva Plataforma cívica: (…) "Un proceso que aspira a postergar y excluir de las decisiones políticas a más de la mitad de los ciudadanos y que trata de anestesiar a la población con una sucesión vertiginosa de decisiones inadmisibles, acuerdos abyectos y justificaciones bochornosas que son sistemáticamente legitimadas por una red de medios de comunicación que actúan en abierta sincronización con el poder".
La evidente dependencia de la mayoría de los medios con La Moncloa llega a ser bochornosa por los profesionales que han claudicado e insultante por el descaro con que leen textualmente las directrices del poder vigente. Carlos Herrera ha logrado generalizar el adjetivo de medios "sincronizados", pero también cabría denominarlos "prostituidos", adjetivo menos académico pero elocuente, por haber abandonado la más elemental deontología del periodismo: defender la verdad, cueste lo que cueste. Uno (Sánchez) y otros parecen haber comprendido bien aquella afirmación de Rusiñol, catalán que amó tanto a Barcelona como a Aranjuez: "Engañar a los hombres de uno en uno es bastante más difícil que engañarlos de mil en mil". Miserable cometido el de protagonizar la desinformación aunque, ciertamente, efectivo.
Es frecuente encontrar a colegas, amigos, alumnos, incluso a familiares que han desistido ante la mencionada obstinación del presidente Sánchez y la eficiente maquinaria publicitaria que ha articulado en torno a su persona y a los recursos económicos a los que tiene acceso, por el momento. Ese desistimiento se camufla a menudo en una actitud de desinterés por la política y sus profesionales, excluyendo cualquier distinción basada en la honestidad o la veracidad de unos u otros. Consciente del riesgo de abusar de citas en esta Tribuna, no me resisto a mencionar a Mark Twain, seudónimo de Samuel Langhome Clemens, que quizá algunos sólo le recuerden por Las aventuras de Tom Sawyer o por el ensayo Is Shakespeare dead de 1909. Pues bien, Twain advertía: "El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan" (para desgracia de todos). Estas últimas líneas se lo dedico a esos jóvenes que insisten "en que pasan de la política", olvidando o ignorando el sentido aristotélico de la palabra, ajeno a las siglas partidistas pero implicado sin tregua en el bien común.